Escritos

miércoles, 12 de diciembre de 2012

UN DIA PARA RECORDAR

Ayer resultó ser un día para recordar. Comí bien, muy bien. Un plato de esos típicos de la tierra. De los que te ponen el colesterol a 500. Y acompañado de un buen vino, capaz de tumbar a un regimiento si no fuera porque la comida me hacía resistir.
Lo típico en estas tierras es que me hubiera echado una buena siesta, ya que, aunque estaba el día nublado, hacía una buena temperatura. Salí a dar un paseo, pero no me apetecía respirar el aire viciado de la ciudad. Cogí mi coche y me dirigí a la sierra. La carretera estaba desierta. Suele ser una carretera con muy poco tráfico y sin guardia civil que controle la velocidad. Aceleré, bajé los cristales y seguí acelerando. El aire enredaba mi cabellera. Saqué la cabeza por la ventanilla y respiré profundamente el olor de los pinos, de los olmos y de los fresnos. Me sentía bien. Llegué a un valle poblado de robles. La hierba era alta y espesa. Aparqué, salí del coche y andé hasta cruzar el valle. Por un hueco entre las nubes se colaban unos rayos de sol. Me desvestí de cintura para arriba y me revolqué, muy a gusto, sobre la hierba. Me eché una corta siesta hasta que empezó a oscurecer. Que lástima que las nubes no dejaran ver las estrellas y la luna. Empezó a levantarse un viento algo fuerte y, tras volverme a vestir, me fui hacía el coche.
Llegué a la ciudad y aparqué junto a un parque. Me adentré en él y disfruté del aroma de las acacias, naranjos y otras flores que me rodeaban. Mi adiestrado olfato me permitía distinguir todos esos olores y separar los unos de los otros. Es un ejercicio que suelo hacer siempre que me rodeo de árboles y flores silvestres. Y fue en ese momento, ejercitando mi olfato, cuando detecté que había otro aroma. Eran mis feromonas. Sentía tanto placer, que estaba segregando feromonas en gran cantidad. Creí que eso se merecía un trago de buena cerveza.
Crucé el parque, y en una cervecería que hay al otro lado de la avenida, me pedí una pinta de una buena cerveza negra. Salí a tomármela a la terraza para así poder fumar mientras degustaba aquel zumo de cebada. La terraza estaba vacía, a excepción de una mesa ocupada por tres mozas, debo decir que bastante majas.
Las niñas esas estaban continuamente riendo y llamando la atención. Después de dos cigarros y tener mi pinta casi acabada, una de ellas se acercó a mí y me dijo que le parecía que me gustaba la buena cerveza. Al decirle que era cierto, me pidió que aceptara su invitación a tomarnos otra. Aunque no tenía prisa, el viento que se había levantado empezó a serme molesto, y ya quería irme. A pesar de eso, acepté. ¡Una cerveza siempre sienta bien!. Le dijo a una de sus compañeras que pidiera cuatro pintas iguales a las que se habían tomado. Las tres se sentaron en mi mesa, presentándose y tal. Todo eso que se hace cuando los humanos se conocen. Nos sirvieron una cerveza de abadía, algo tostada, que no estaba mal.
Mientras nos las tomábamos, ellas sólo reían y hablaban de la marcha que había en la ciudad preguntándome si yo conocía algún sitio donde ir. Les dije que no solía frecuentar lugares donde pudiera haber mucha gente, que solía huir de los bullicios. Y aunque la temperatura había cambiado (ya hacía fresco), estas niñas parecían que tenían más calor porque iban destapándose más y más. Cualquiera hubiera pensado que intentaban provocarme. Mi instinto sabía que era cierto, porque mi olfato, ya hacía rato, había detectado que esas hembras estaban segregando muchas feromonas.
Pensé que las hembras, aparte de más inteligentes, pueden ser complicadas y conflictivas, y teniendo en cuenta que eran tres (creo que sentí miedo), decidí marcharme. Me acabé mi cerveza, y les dije que ya me iba, que el viento que hacía me resultaba desagradable. Una de ellas se levantó, apoyó su brazo en mi hombro, y cogiéndome por la nuca, atrajo mi cara hasta la suya, y me dijo que fuéramos a tomar otra cerveza a su casa, que allí no había bullicio y que podría disfrutar de otras cosas. Se apartó un poco, se desabrochó la camisa y pegó mi cara a sus pechos.
Mi instinto de macho, erizó todo mi vello, pero supe reaccionar ante ello, y le respondí que no quería ser descortés, pero que debía recoger mi coche y marchar ya a casa. A la pregunta, por parte de alguna de ellas, de que donde estaba mi coche, les dije que lo había dejado al otro lado del parque que teníamos enfrente. Entonces, la que me había invitado, con tono serio, me dijo que si sería lo suficiente caballero para esperarlas, que ellas debían cruzar también ese parque, y les daba miedo hacerlo solas, porque estaba demasiado oscuro. Esperé.
Cuando nos adentramos en el parque hacía viento fuerte y se notaba algo de frío. El camino que debíamos tomar estaba bastante oscuro, salvo un punto, más o menos a medio trayecto, que, gracias a que el viento había apartado las nubes, estaba iluminado por la luna. Hacía frío y aceleré el paso. Dos de ellas se cogieron a mis brazos, para protegerse del frío, según ellas. La tercera no la veía. Un instante después noté como aquella, desde atrás, me cogía por la frente y me mordía en el cuello. Intenté apartarme de ellas y me tiraron al suelo. Me volví para defenderme. Las tres se habían desnudado completamente. Pude ver sus cuerpos desnudos y sus caras también. Joder, ¿esos colmillos?. ¡¡¡Eran vampiros!!!. Se abalanzaron sobre mí. Pataleé todo lo que pude. Forcejeé contra ellas hasta librarme de sus garras. Tenía que llegar a aquel claro como fuera. Intenté correr entre los matorrales y árboles para protegerme con ellos, pero aquellos malditos vampiros saltaban más que los saltamontes. Cuando ya estaba cerca del claro, me hicieron tropezar y saltaron sobre mí. Otra vez sentí un mordisco. Me arrastré, con ellas encima, hacia el punto iluminado por la luna. Ellas querían impedírmelo. Todo debía pasar en la oscuridad. Pude cogerme a una raíz para hacer más fuerza y acercarme más al claro.
La luz de la luna me dio en la mano. Sentí un alivio. Y aullé. Más fuerte que nunca, aullé. Ellas se sorprendieron. Aproveché para saltar a la luz de la luna. Me despojé de mi abrigo y la camisa, y separando los brazos me bañé de luna llena. Una de ellas saltó sobre mí. Yo también salté, ya era yo. Y en el choque, el vampiro resultó mordido por mis fauces. Las fauces de un lobo ya experto en luchar contra vampiros. Aquel vampiro murió, partido en dos, y se desintegró. Los otros dos, cuando me vieron dispuesto a atacar, huyeron volando en la negritud de la noche.
Realmente, ayer resultó ser un día para recordar que no debo olvidar lo difícil que es vivir siendo hombre. Auauauuuuuuuuuuuuuu. Un lobo-hombre.

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