Escritos

miércoles, 12 de diciembre de 2012

¿SE PUEDE MORIR DE AMOR?

Hace varias semanas, me vi obligado a utilizar el metro para desplazarme de un lado a otro de la ciudad. Nunca me ha gustado este medio de transporte. Encuentro que la atmósfera, tanto en los andenes como en los vagones, está súper cargada.
El andén estaba atestado de gente medio somnolienta y con cara de pocos amigos (era las 7 de la mañana). Cuando entré al vagón, me apresuré a tomar asiento, ya que debía cruzar la ciudad de una punta a otra y el tiempo del trayecto iba a ser largo.
El ruido de la gente en el vagón era algo elevado y no podía concentrarme en el trabajo que debía realizar esa mañana. Así que opté por cerrar los ojos y dejar que pasara el tiempo, hasta llegar a mi estación.
A medida que íbamos parando en las estaciones, el vagón se llenaba más y más. El ruido de las voces iba tomando un tono más alto cada vez. Al cabo de unos instantes, me di cuenta que por encima de todas aquellas voces, siempre destacaba la misma voz. Era una voz sobria, de un hombre que estaba en el extremo opuesto del rincón donde yo me hallaba.
El tío no paraba de hablar y parecía como si nadie le escuchara. Tuve curiosidad por saber que decía, pero era imposible entenderlo con tanto ruido.
Intente hallar a su contertuliano, y entonces, me di cuenta de que estaba hablando sólo, sin mirar a nadie, aunque no había la menor duda de que lo hacía con dicho tono para ser escuchado por todos. La gente se iba apeando, con lo cual, la voz de aquel parlanchín destacaba cada vez más. Abandoné mis intentos de entender lo que decía.
Poco después, casi al final del trayecto, me acerqué a la puerta para poder salir de los primeros, y abandonar cuanto antes aquella atmósfera insoportable. Fue entonces cuando, al estar más cerca de aquel individuo, entendí, más o menos, lo que decía. Estaba hablando de una mujer de la que estaba enamorado y que dedicaba toda su vida a ella.
Por fin llegué a la estación, salí de allí lo más rápido posible con la intención de salir a la calle y poder respirar un aire menos viciado que el de aquel vagón. Al cabo de un rato empecé a trabajar y así continué el día.
Dos días después me vi en la necesidad de volver a coger aquel dichoso metro otra vez. Cuando llegué al andén, fue sorprendente. Las mismas caras, en el mismo sitio, la misma hora. Todos igual que unos robots (creo que yo incluido). De pronto vi llegar a alguien que me llamó la atención. Era el parlanchín de la otra mañana.
Cuando llegó, se quedó en el andén, justo delante del túnel por el que había entrado. Me estuve fijando en su aspecto. No parecía una persona que se dedicara a hablar sólo y en voz alta en sitios públicos. Su aspecto era normal, diría incluso que algo elegante en relación a lo que se veía a esas horas de la mañana. Se le veía una persona limpia y diríase que hasta incluso se cuidaba físicamente.
Llegó el metro, abrió sus puertas y la gente se apresuró a entrar. Nuestro hombre entró con tranquilidad y se quedó en el centro de la plataforma que había frente a las puertas. Yo me senté de cara a él (jeje soy un marujón). El metro empezó a moverse y el tío ni se inmutó.
Se quedó allí inmóvil, sin sujetarse a ninguna parte. Parecía que estaba habituado al arranque y traqueteos de aquel dichoso transporte.
La gente fue ocupando el pasillo y me impidieron seguir observándolo. Llegamos a la primera estación. Movimiento de gente saliendo y entrando, y entre ese movimiento pude observar que el tipo seguía allí inmóvil. Cuando ya habíamos dejado la estación, este empezó a hablar. Otra vez con su voz alta y sobria. Hubo algunas personas que se apartaron y eso me permitió seguir observándole.
El tío hablaba sin cesar, pero su semblante no cambiaba. Su mirada parecía perdida, no miraba a nadie ni a ninguna parte, yo diría que miraba al vacío. Intenté prestar atención a lo que decía.
Contaba que, años atrás, cuando ya nada esperaba de la vida por los fracasos vividos, conoció a una gran mujer. Su reina, la llamaba. Contó que sólo con oír su voz, antes de conocerla, sintió que se había enamorado de aquella diosa. Que corrió hacia ella, dejando todo cuanto tenía, para conocerla y que cuando la vio creyó vivir en un dulce sueño. No podía creer que aquella reina tan bella, tan inmensa, pudiera enamorarse de él, como ella le había confesado.
Cuando tuvo que separarse de ella para volver a su entorno, a su trabajo, sintió dolor. Era un dolor conocido, pero olvidado ya hacía mucho tiempo. El dolor del enamorado cuando ha de alejarse de su amada. Creía que jamás volvería a sentir esa sensación. Su corazón, hacía mucho tiempo, que se había cerrado por el dolor de la traición, no dejando llegar a él ningún tipo de sentimiento. Pero cuando vio a su reina, cuando respiró su aire, cuando se inundó de sus sonrisas, se embriagó con su olor, incluso cuando tuvo que alejarse de ella, sintió que su corazón se volvía a abrir, sintiendo su fuerte palpitar en todo el cuerpo.
Con el paso del tiempo fueron viéndose más y más, hasta llegar a vivir juntos. Comprobó que volvía a poder amar, a sentirse enamorado y ella conoció lo que era sentirse querida. Fueron tiempos de gloría en los que nacieron ilusiones de crear un futuro.
El pasillo fue llenándose de gente otra vez y no pude oír con claridad lo que seguía diciendo. Pude oír como decía que sus vidas se llenaron de alegrías, de saberse escuchar el uno al otro, de ser cómplices de sus fantasías, de haberse entregado el uno al otro totalmente compartiéndolo todo. Pero el traqueteo y el ruido de la gente no me dejaron oír mucho más.
Cuando salí a la calle, pensé en la historia del tipo aquel. ¿Qué habría pasado al final? ¿Por qué aquella mirada tan perdida y vacía?
Al día siguiente volví al metro. No me era necesario, pero tenía intriga por saber como acababa aquella historia. Otra vez fue imposible enterarme de algo más.
Después de tres o cuatro días de intentarlo, decidí quedarme a su lado. Así podría enterarme totalmente de aquella historia. Lo que oí y lo que vi, no sé como relatarlo aquí. Fue demasiado fuerte, el tipo me conmovió totalmente. Decía que la crueldad del destino los había separado para siempre, alejándolos el uno del otro mediante una distancia que parecía eterna, que impedía que pudieran verse. Decía que no quería culpar a nadie, ni al destino siquiera. Se culpaba a sí mismo por no haber sabido mantenerla a su lado, y preguntaba continuamente que era lo que había hecho mal.
Noté que el tío se estaba viniendo abajo, le miré a los ojos (él no me veía, su mirada seguía perdida), y entonces descubrí que su mirada estaba llorando, aunque no apareció ninguna lágrima en sus ojos.
Pero cuando realmente me conmovió, fue cuando descubrí que si se movía. Cuando me pareció que se había venido abajo, vi como giraba su cabeza hacía la derecha, y bajando el tono de su voz, habló a alguien imaginario. Escuché y supe que hablaba a su reina. Entonces vi una leve sonrisa en sus labios, su voz era dulce y melosa, parecía estar mimando a su amada. Su mirada, incluso me pareció, que brillaba.
Sin lugar a dudas, ese momento le dio fuerzas, porque a continuación, y volviendo a mirar al frente, otra vez con su mirada vacía, volvió a alzar la voz y con tono, diría yo victorioso, dijo algo así como "pero no se preocupe nadie por este mortal que ya parece una mortaja, porque mi dolor pronto acabará, porque no me sucede nada importante, simplemente estoy muriendo de amor, se que mi fin se acerca y soy dichoso por ello, porque en el mas allá la estaré esperando y cuando ella llegue se harán realidad todas nuestras ilusiones". Luego siguió diciendo que los presentes le perdonaran por molestarles con aquella historia, pero que era lo único que tenía y quería dejarla entre los vivos para que supieran que todavía existe el amor, que valía la pena luchar por ser el protagonista de una historia de un amor como aquel.
Estuve dos o tres días más cogiendo el metro, y el tío siempre hacía lo mismo. Incluso, un día, en vez de bajarme en mi estación continué tras él. De verdad os digo que me conmuevo cuando recuerdo como el tío le hablaba a esa reina. Se lo vi hacer varias veces por la calle. Vi como le ofrecía su brazo de apoyo para cruzar una calle encharcada por la lluvia. Lo vi sentarse en la terraza de un bar y pedir dos refrescos, sirviendo él mismo, primero a ella y luego el suyo.
A la semana siguiente (la semana pasada) tuve que trabajar fuera de aquella zona y no pude acudir ninguna mañana al metro. Me preocupaba el estado del tipo. Daba por hecho que seguiría cada día con su historia. Tratando de revivir aquellos días en que vivía lleno de ilusiones junto a su amada.
Esta semana, el lunes, volví al metro. Solo volvía por volverlo a ver. Estaba buscando la manera de poder entablar conversación con él. Quería intentar que no se sintiera tan sólo. Pero el lunes no apareció. Ni el martes tampoco. Y el miércoles tampoco apareció. Ni siquiera ayer pude verlo. Esta mañana tampoco ha aparecido.
Estoy preocupado por él. ¿Qué habrá sido de ese corazón roto? ¿Habrá encontrado la felicidad en el más allá?
Realmente, me estoy preguntando: ¿SE PUEDE MORIR DE AMOR?

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